El circo

He visto muchas veces durante el fin de semana el circo interrumpido de Alcorcón, obra faraónica que denuncia el alcalde del PP como ejemplo del despilfarro. Según el nuevo alcalde, el antiguo baranda del PSOE ideó una pista fantasmagórica, con una carpa no de lona, sino de mármol y se gastó no sé cuántos millones antes de que llegaran a las jaulas las fieras. Parece la noticia una historia del realismo mágico, una greguería fatídica con payasos pintados de talco y acróbatas que se han quedado suspendidos en el aire. El espectro de Ángel Cristo doma tigres a la luz de la luna y ese circo interrumpido quedará como monumento a los Midas del ladrillo.

También en las últimas horas he visto a la gente mirando los audis de Toledo como si fueran las pistolas de oro de Gadafi. Los 68 vehículos oficiales, algunos de alta gama, han sido sacados por la presidenta de Castilla-La Mancha María Dolores de Cospedal, para poner en evidencia el derroche socialista.

Ya sé que estamos en plena campaña electoral y el spot de la dilapidación y el saqueo entra como un rayo en el corazón del analfabeto político, pero habría que tener el cuidado de no poner el mixto al lado de la gasofa. El tono de la propaganda evoca no un cambio de gobierno, sino un cambio de régimen en una Europa sin jazz ni fox-trot, donde los gobiernos elegidos por las urnas empiezan a ser sustituidos por ejecutivos de los bancos. Primero legislaron los mercados, ahora se infiltran en los gobiernos; ya se habla de putsch, de la irresistible ascensión de la disciplina alemana poniendo firmes a los vagos, monos y gitanos del Sur que van a tener que comer bombillas como el faquir Daja-Tarto.

Todo esto ocurre cuando la gente detesta a los políticos con razón o sin ella; y yo me pregunto si no sería necesaria prudencia de los partidos para no echarse uno a otro la planta de la corrupción. Aquí, el que no ha sido ladrillo ha sido ladrón; me parece peligrosa la propaganda emocional en el instante en el que a la hegemonía cultural de la izquierda le llega su invierno, cuando la mujer de la barba alemana ha despedido al clown italiano y necesita nuevos payasos al entrar en decadencia, los que Scruton llama «los alegres chicos de la estufa progresista». Obama y Zapatero eran los últimos optimistas montados en caballos de piel de chistera y ya no sirven en pista. Llega el pesimismo lúcido de Mariano Rajoy, un conservador, es decir un político favorable a la continuidad de las estructuras, que basará su política en la austeridad y en no hacer circos donde no haya trapecistas. Pero entonces, que les diga a sus dirigentes que no echen carne a los tigres, ni ratones a la serpiente.